El lunes pasado algunas personas festejaron
Halloween. El colegio Tierra de Crecimiento aprovechó la ocasión para recibir a
sus alumnos con una entrada decorada con momias, zombis y
murciélagos.
Desde hace unos
años Halloween se tornó una costumbre en la sociedad argentina, pero son muy
pocos los que conocen su origen y su significado.
En noviembre se
celebran dos fechas que, a través de la religión, nos ponen en contacto con una
preocupación humana, la muerte: el Día de Todos los Santos y el Día de los
Difuntos.
Originalmente se
celebraba la fiesta de Todos los Mártires el 13 de mayo para hacerla coincidir
con una fiesta pagana, el final de las Lemuria, donde los romanos honraban a
los muertos. En el siglo VII el Papa Bonifacio IV transformó un templo romano
dedicado a todos los dioses (panteón) en uno cristiano al consagrarlo a todos
los mártires.
El cambio de fecha
al 1 de noviembre fue determinado por el Papa Gregorio III. Años más tarde, en
el siglo IX, el Papa Gregorio IV extendió la festividad para todo el Imperio
Sacro. Como acontecimiento mayor, tuvo una “vigilia” para preparar la fiesta
(31 de octubre), la cual dentro de la cultura anglosajona se denominó “All
Hallow’s Even” (Vigilia de Todos los Santos); esta frase fue transformando su
pronunciación hasta terminar en Halloween.
Se suele asociar
esta festividad con tradiciones celtas, aunque no existen bases para eso, ya
que los datos más antiguos de literatura irlandesa recién aparecen en el siglo
X, donde se menciona la fiesta de Samhain (entre el 5 y el 7 de noviembre los
espíritus de los muertos visitaban sus hogares). Además, los irlandeses
celebraban la fiesta de Todos los Santos el 20 de abril.
En
todo caso, la tradición celta estaría más relacionada con el Día de los Fieles
Difuntos (el 2 de noviembre). Sin embargo, esa fecha fue establecida, en el
siglo XI, por San Odilón, abad del monasterio de Cluny, Francia, para orar por
las almas de los fieles que habían fallecido. Esta festividad tomó gran
relevancia ya que en esa época Europa era asolada por la peste bubónica, lo que
generó un gran temor a la muerte.
Estas
celebraciones tienen una fuerte tradición en México, debido a que las culturas
prehispánicas poseían rituales afines. El 1 de noviembre se celebra tanto a los
santos que tuvieron una vida ejemplar como a los niños difuntos. Al día
siguiente se recuerda a los muertos adultos.
Es
costumbre realizar altares dentro de las iglesias para los santos y dentro de
las casas o sobre las lápidas para los niños fallecidos. La gran festividad es
la del día siguiente donde la familia prepara un altar para recibir gratamente
el alma del difunto. En éste se coloca un retrato, su comida y bebidas
preferidas, las velas que lo guían de regreso a su casa, calavera de azúcar que
tiene escrito su nombre, flores de color amarillo, papel picado. En general,
los familiares pasan la noche en vela en la tumba para recibir el alma del
difunto y rezan alrededor del altar pidiendo por su descanso eterno.
Estas
celebraciones religiosas no presentan la muerte como algo terrorífico, sino que
es una fiesta para mantener la fe viva y renovar la confianza en la vida eterna
de nuestras almas. Sin embargo, quizás a partir de la película de Carpenter,
comenzó a asociarse con los asesinos en serie, y las películas de terror
finalmente lograron extender esa significación, donde el miedo es el componente
central.
De
una visión positiva de la muerte, en la actualidad se focaliza en la parte
oscura.
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