A los 5 años pude leer “Moby Dick” y me dejó perplejo. Las imágenes que mi mente proyectaba de la ballena blanca, atiborrada de arpones, llevando al mismo Ahab en su lomo y matando sin piedad a la tripulación del Peqquod, inspiraron mi imaginación y creatividad, las que se plasmaron en ciento de hojas que dieron fin a una caja de crayones y de fibras Sylvapen.
A partir de aquel momento cada vez que terminaba con un libro dibujaba las escenas de la historia que seguían titilando en mi cabeza. De esta manera, comencé a narrar con imágenes.
Mi comportamiento de chico era deplorable y mi mamá me tenía en jaque, manejaba el escobillón con igual destreza que un Jedi a su sable láser. "¡Te voy a encerrar en un orfanato y vas a salir cuando tengas una barba por las rodillas!" se la escuchaba gritar regularmente desde el patio de mi abuela. "¡Cuando me muera y vengas a visitar mi tumba, voy a sacar la mano y no te voy a soltar!"
Pasados los años y luego de que los doctores de “Arkham” me dieran el alta, en las ocasionales visitas que mi madre me hacía, tenía como costumbre mostrarle mis dibujos y el avance en mi arte (acuarela de hombres deformes encadenados y acrílicos de zombies saliendo de las tumbas). Sin disimular, ella ponía cara de horrorizada, con gesto de asco se dirigía a mí como si estuviera en frente a Norman Bates y con tono “¿qué hice yo para merecer esto?”, me preguntaba sin esperar respuesta alguna: "¡¿Quién te habrá puesto esas ideas en la cabeza?!" A los diez años y de modo furtivo pude conseguir “El exorcista” (la versión extendida) para leer en las vacaciones que pasé en Córdoba. La casa de mi abuela quedaba arriba de una montaña, donde el agua y la electricidad no llegaban. Fue por primera vez que una historia me atrapó devastadoramente. Al finalizar el libro me hice un juramento al igual que Bruce Wayne delante de la tumba de sus padres: "¡Voy a trabajar de lo mismo que este hijo de puta… Quiero contar una historia que dé miedo! y aún lo intento.
Me gusta enseñar arte. Desde chico leer es mi pasión y crear, mi vida. La historieta me acompañó siempre, y el género de terror es mi hábitat.
Tuve que franquear varias barreras psicológicas e internas antes de poder enviar esta historia. Meses de terapia, siete tortas de manzanas y litros de mates con peperina hicieron posible la realización de “Los muertos de Colonia Barón”.
No es fácil vivir hoy en día, y mucho menos del arte. Pero soy un obstinado y no me gusta que hagan callar a nadie y menos a mí, que tengo tantas historias por contar.
Mi familia es mi tesoro, soy un tipo afortunado, la vida y mi postura de “sex-simbol” puso a mi lado a una hermosa y maravillosa mujer, Patri es mi motivación, mi armonia y mi cable a tierra. Ambos compartimos la vida con Ailín, quien con su fuerza restaurativa nos cura y disipa toda bruma que impida ver nuestros objetivos.
Enseñar arte es muy gratificante, siempre que se respete y desarrolle el “estilo nato” que trae cada alumno. Ver a un niño o a un adulto aprendiendo a dibujar un rostro y asombrarse por lo que hizo es de un valor incalculable.
A mis alumnos les dedico esta mención, ellos me demuestran todas la semanas que la necesidad es la madre de la creatividad y que un artista no camina por un piso firme y sólido como el común, sino que se desliza en la vida como un surfista sobre las olas.
Hacer una historieta es un reto, hacer una historieta con un buen dibujo es un esfuerzo solo comparado con el fin de una constipación.
En la actualidad estoy realizando dos novelas gráficas, una con texto y la otra sólo relatada con imágenes. Stan Lee dijo: "Los cómics son los planos de una película", un sueño que me gustaría realizar y por el cual trabajo constantemente. Deseo que una idea que partió de mí algún día pueda verla en la pantalla gigante con mi balde de pochoclos.
Un dibujante de historietas antes que dibujante es escritor… y un escritor antes que ser escritor es lector.
Juan Pablo Wansidler
No hay comentarios:
Publicar un comentario